
Si tengo suerte, voy a poder subirme a uno y viajar, parado, por una horita. Sentarme es un lujo que no ocurrió prácticamente NUNCA en mis idas al trabajo mientras viví en Capital Federal, Buenos Aires. A medida que salgo de Agronomía, barrio en el que me encantó vivir y que llevaré en los recuerdos con cariño, empiezo a transitar zonas menos lindas de Buenos Aires. Veo casas hechas con cajas en la vereda al costado de la estación de ferrocarril de Once, un punga salta y trata de robarme el celular por la ventanilla en Callao y Corrientes (clásico) porque el colectivo tiene que frenar y desviarse por un corte...en fin, cosas cotidianas de la vida en la ciudad de la furia. Eventualmente llego a Diagonal Norte y voy a la oficina. Lo logré, no me falta nada y puedo respirar tranquilo por 8 horas.
A la salida podían pasar una de muchas cosas: Quizás había manifestación, de las heavy metal, por lo que se bajaban las rejas de los locales y del edificio en que trabajaba y a veces era imposible salir, sin contar que el colectivo iba por otro lado.
Si no había corte podía tomar el bondi a media cuadra de la oficina y volver, a veces hasta sentado. El camino de vuelta era largo, demasiado largo para la poca distancia. Y así se me iban 2 horitas de mi vida cada día: Puteando cortes, zafando de pungas, esquivando manifestaciones. Lo más loco es que uno se acostumbra a eso.
Por suerte, todo eso es parte del pasado y ahora voy caminando, por 20 minutos, al costado del mar con una mantaraya del tamaño de mi vieja al costado. Con gente que va tranquila y sonriente al trabajo...no puedo explicarles la diferencia mental que hace eso. Y qué mejor para explicarles cómo es esta caminata que mostrarles en un video!
Eso sí , ojo con el volumen de la música que se pone picante (voy a editar mejor las próximas entradas, lo juro!).
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