Los sonidos del bosque.


Estaba caminando, entrando por la plaza de Pirie Street hacia el Monte Victoria. El mes era, si mal no recuerdo, Enero, por lo que el sonido de las cigarras era tremendo en cualquier lado con algo de verde (lo cual es el 90% de Nueva Zelanda). Mi idea, por aquel entonces, era llevar la cámara y filmar tomas para hacer un video sobre el monte.

Como es costumbre, llevaba conmigo mis auriculares e iba escuchando música, por lo que ni atención a las cigarras o cualquier otro sonido del lugar. Algo que empecé a hacer a partir de esta experiencia que les voy a contar es sacarme los auriculares ni bien pongo pie en la entrada del monte. Es como un ritual: Llego, me freno y me saco los auriculares. El cambio de sonido de ciudad a monte con pájaros suele ser un contraste hermoso.

Completado el ritual, meta marcha por las escaleras de madera que llevan adentro del monte. Las termino y agarro para la derecha. Es el camino menos empinado y el que menos cuesta. Ese día no tenía ganas de sudar la gota gorda y quería simplemente filmar las tomas y ya. Por ese camino, pocos saben, pero hay un desvío adentro del bosque que lleva a un árbol y zona donde se filmó una escena de la versión extendida de La Comunidad del Anillo. Es una escena corta, con Frodo y Sam clavándose unos huevos y panceta en un árbol muy particular, donde uno descansa fumando su pipa.

Ahora es mi parada obligatoria siempre, sobre todo porque, además de ser parte de una película muy cercana a mi corazón, podés sentarte y no cruzarte gente en el camino por si querés estar solo un rato (aún más solo de lo que el monte ya te permite). Ese día pasó algo en particular que me causo mucha curiosidad y dejó una marca en mi. Tanto que me acuerdo dos por tres y tanto que hoy lo estoy escribiendo acá, inmortalizado en la red de redes.

Resulta que cuando tomo el desvío, noto cómo los pájaros, langostas, cigarras hacen silencio. Obvio que es así, un tipo se mete en su ámbito, torpe y ruidoso moviéndose entre las ramas. El sonido del bosque de repente se había ido, robado por mi presencia ahí. La sensación fue como ir a una fiesta en la que ves de lejos cómo se están divirtiendo con bromas internas y, al llegar, todos hacen silencio y se torna aburrido. Me sentía un invasor, alguien no bienvenido por los animalejos del lugar.

Por unos momentos pensé en eso: "Por qué estos pájaros boludos no cantan? Por qué se callaron las cigarras?" De ahí pensé en cosas de la vida diaria: Responsabilidades, cosas pendientes que hacer, en definitiva...cosas que no estaban pasando en el presente y no sabía si iban a pasar en el futuro. Una estupidez.

Y ahí ocurrió la parte mágica de toda esta travesía rutinaria al monte. Empecé a prestar atención a la forma de las hojas y ramas. Notando la dicotomía en el crecimiento de la flora, de repente vi un Tui. De repente vi una cigarra en un árbol (son difíciles de ver si no estás prestando atención!). De repente dejé de pensar en todas las cosas que estaba pensando.

Y en ese momento que dejé de pensar en todas las cosas que estaba pensando, el sonido del monte volvió a la vida como por arte de magia. Los sonidos de pájaros, de cigarras, de langostas y de cada pequeña cosa peluda, con plumas o antenas volvieron a su rutina, como aprobando finalmente mi presencia ahí.

En ese momento entendí que la meditación no es sentarse con piernas cruzadas sobre una esterilla de bambú mirando al sudeste. La meditación puede pasar en cualquier momento, cuando somos capaces de callar todo el ruido de nuestra mente y apreciar el presente por lo que realmente es, sin los filtros de nuestros propios prejuicios, ideas, etiquetas. Y eso mis queridos lectores... es algo extraordinariamente complicado de lograr, como lo es fácil de entender. 

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